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Tormenta

Tormenta… Hay momentos difíciles, de aflicción, dolor y angustia durante los cuales no entendemos cómo nuestro Padre Celestial parece que nos deja solos en medio la aflicción. Sus hijos corremos a refugiarnos en sus brazos eternos y ahí entendemos que muy bendecida es nuestra alma al salir de cualquier prueba.

Durante la Tormenta... miramos más claramente dentro de sí mismos, vemos lo que otros no pueden ver, somos confrontados con lo oculto del corazón, entonces nos humillamos con fe y esperanza al saber que si nuestro Padre nos acompaña saldremos fortalecidos al terminar ese tiempo.

En el tiempo de angustia, viene el atormentador a preguntarnos: donde está tu Dios?... los que tenemos fe en nuestro señor Jesucristo diremos: Acá conmigo pues estamos seguros que toda circunstancia por difícil que parezca nos ayuda a ser más fuertes, nos induce a despojarnos de cualquier residuo del ego, nos ayuda a ser parte de esos adoradores que el Eterno Padre busca pues deseamos ser instrumentos para alabanza y gloria de su santo Nombre.

Bendito eres mi Rey en las alturas porque grande es tu Señorío, gracias porgue se muy bien que después de la tribulación el flagelo es quitado y como el trigo podremos descansar fortalecidos con tu refrigerio divino, entonces nuestra boca se llenará de nuevo de risa y nuestra lengua de alabanza, y llenos de gratitud testificaremos las grandes cosas que ha hecho con nosotros nuestro buen Padre.

La tormenta termina… y recibimos una esperanza nueva, diremos "ahora entiendo" porque Dios tiene cuidado de nosotros y transforma los sufrimientos en bendición eterna. 

Las tribulaciones... nos ayudan a ser más pacientes, a desarrollar disciplina, nos llevan a depender más de Dios y dejar de ser auto-suficientes, nos vuelven más compasivos, nos hacen anhelar más las cosas del reino de los cielos, que no tienen precio, ni fin, porque sus moradas son eternas.

Al final de la tormenta... diremos como el salmista: “Antes que fuese humillado, como descarriado andaba;  más ahora guardo fielmente tu palabra mi buen Padre… bueno fue a mi alma, el haber sido humillado, y aprender bien tus estatutos” Salmos 119